[...] no tiene nada que ver este mundo no tiene nada que ver puedo pasear por las calles y sé que no es posible que sea éste el que habite, el que recorra si es que apenas consigo flotar por encima de mi reflejo. y no, no no las caras no son normales las personas no son normales desde luego que son otras, son otras a las que yo recuerdo aunque últimamente ya recuerdo poco. recuerdo solo que estoy en ángel guimerá y no están los captadores y los transeúntes no son iguales. no recuerdo por qué quisieron fundir la cera antes de tiempo, pero sí que se llenaron los bolsillos; pero aquello tampoco lo recordaba: a qué mundo se iban a ir? a qué mundo posiblemente podían huir? no quedaba ya mundo, el reloj se había parado ya y la gente no era la misma al caminar con paso de chinche consciente pero desconocedora del horror. yo no lo recordaba no recordaba el horror tampoco pero sabía que no quería estar allí en esa gran balsa de luz de eclipse, de atardecer torcido de calima oblicuo y ceñido y tosco. realmente una solo puede querer huir igual que los ricos sin saber a dónde pero con los bolsillos llenos de arena por eso estoy bajo el agua, en el fondo de un océano transparente a contrapeso del empuje de lo que hay alrededor pero una quiere huir y me doy la vuelta por primera vez en mi vida y en esta tarde y en este lugar que tan sutilmente no es el mío. cambio de plano, no de lente, dos enormes mujeres se inclinan una sobre la otra en un gesto de pasión frente a las llamas ascendentes de la hoguera ¿vive en nuestra sangre el instinto de morir gozando, un cuerpo que se entrega a la lascivia antes de encontrarse inevitablemente con su sino? pero no son ellas a quién busco pues no sé siquiera por qué mis miembros se desplazan ajenos a mi voluntad pues camino como víctima de esta narración como necesaria lente para mi autorrevelación y aunque podría no ser así,