Observaba el negror de la pantalla del ordenador como únicamente en silencio y soledad, una desviste minuciosamente la nada absoluta.
La noche anterior había acudido a un concierto de bandas locales, fingiendo de nuevo que todo el murmullo de movimientos que sucedían a mi alrededor eran fácilmente asimilables. No solía ser algo realmente fuera de serie, pero pareciese como si mi tolerancia a la falta de protocolo se diluyese quizá no tan cómodamente como una podría desear.