[...] algo en mi pecho. Está caminando sobre mí algo en mi pecho y ahora pesa más. Aprieta. Aprieta pero solo debo moverme una mano un pulgar una uña aunque sea. Moverme una uña y se irá una sola uña y
Desperté y vi dos grandes ojos observándome en silencio. Mi mirada fija no parecía afectarle ni ponerle nerviosa. Traté de recostarme con dificultad y bajó hasta mi zona abdominal, sentándose de nuevo sobre mí sin dejar de mirarme. Le acaricié la cabeza y cerró los ojos en señal de aceptación. Parecía ser la misma gata que había encontrado… antes. Pero, ¿dónde estaba? Me incorporé notando ahora la completa magnitud de mis agujetas y cansancio físico.
En ese momento no recordaba apenas nada del día anterior salvo que estaba en Alfinòs. No había soñado nada: un completo agujero en mi memoria sobre la noche anterior era lo único que podía distinguir de la extraña estancia que ahora habitaba. Oí un breve sonido mecánico proveniente del techo de la habitación, y vi que estaba siendo videovigilada. Miré a mi alrededor y vi toda clase de objetos y productos: pienso para perros y otros animales, herramientas de taller, botes de disolventes y resinas, muebles desmontados, sacos de cemento, arena y heno… Ahora distinguía por primera vez el tenue olor a productos químicos que invadía ese espacio. En el centro de la habitación había una mesa de metal, que en ese momento estaba llena de patas de sillas, cajones y maderos. Me di cuenta que algunos de los trastos de aquel almacén habían sido movidos para hacer hueco al futón sobre el que había dormido aquella noche. Aún acariciando a la gata sobre mi abdomen, noté que ésta dirigía su mirada a una de las puertas del fondo.
Escuché unos pasos y el cuerpo entero se me tensó como si súbitamente tuviese alambres dentro de éste. Aún tenía la cabeza bastante embotada y me costaba bastante producir pensamientos coherentes, pero mis brazos alcanzaron un destornillador de estrella por sí solos y me recogí sobre el futón, sobresaliendo de mi cuerpo recogido en un puño, solo mi tonta arma. La gata me miró entonces y arqueó su cuerpo delante del mío encogido, en un esfuerzo por protegerme. Se oyeron varios pestillos descorrerse, y la puerta abrirse lenta pero seguramente. De ella apareció una mujer de pelo muy corto, pantalones militares y expresión seria. Su profunda mirada parecía envolver una frustración irreparable, y por algún motivo, eso me transmitió confianza. Me miró en silencio un par de segundos, después al destornillador, y por último a mi amiga.
No ha querido despegarse de ti desde que llegaste aquí. – torpemente soltó una sonrisa torcida. – ¿No crees que es un poco peligroso traer un gato a una zona de guerra?
La observé con el destornillador aún apuntándole. La gata pareció destensarse y se restregó contra mi brazo erguido. Bajé mi arma y recogí a mi amiga contra mis piernas y abdomen. Un gran alud de pensamientos arremetieron entonces contra mi cerebro, como si éste estuviese recobrando sus capacidades a trompicones. Mi primer instinto era seguir a la defensiva, pero no sabía si podía estar armada y lista para ejecutarme. Pero entonces no tendría sentido que me hubiesen dado una cama. Decidí intentar caerle en gracia y ser colaborativa.
La encontré en una nave industrial abandonada. Supongo que me siguió.
Entiendo. –dirigió su mano derecha a su bolsillo, y al verme estremecerme, sacó más lentamente una tabaquera mientras me miraba extrañamente. – ¿Tiene nombre?
Miré entonces a mi amiga la cual giró su cabecita para devolverme la mirada. Me fijé entonces que tenía unos preciosos ojos ambarinos. Mientras escuchaba a la mujer liar un cigarro yo pensaba qué nombre entregarle. No quería que fuese ninguna obviedad, ninguna referencia a sus colores, ni tampoco ningún nombre meramente cuco. Esa gata se quedó a protegerme en mi momento más vulnerable, aunque no hubiese podido haber hecho nada. Me había adoptado como hermana instantáneamente, solo Dios sabía por qué.
Me gusta Sera. –dije sonriendo y sin dejar de mirarla. – De Serafín.
La mujer se encendió el cigarro mirándonos, cogió una silla plegable que estaba apoyada en la pared y la colocó en frente de nosotras. Su expresión estaba constantemente retorcida en una mueca de interrogación; mas no inquisitiva, no tratando de forzarme a hablar, sino como si tratase de deducir por sí sola cuáles eran los motivos y consecuencias de todas las acciones que presenciaba. Se sentó en la silla en silencio mientras yo jugaba con Sera fingiendo no mirarla de reojo. Sera agitaba sus patas con movimientos precisos y elegantes; no parecía estar muy acostumbrada a jugar. Era como si supiese teóricamente qué es el jugar, y ahora estuviese tratando de ponerlo en práctica recordando e imitando los pasos y las reglas para ello.
¿Cómo te encuentras? –preguntó secamente la mujer.
Supongo que bien. –respondí con patente confusión en el rostro. Su preocupación no parecía del todo sincera, pero era difícil desenmascarar las expresiones y lenguaje corporal de aquella persona. Sera se restregaba contra mi pecho– Estoy muy destrozada físicamente. –silencio– Creo que no es mal momento para preguntar dónde estoy.
Ayer te revisamos y no parecías tener ninguna herida abierta aparte de algún rasguño. Has tenido mucha suerte. –se hizo un gran silencio mientras le calaba al cigarro– ¿No recuerdas nada de lo que sucedió anoche? ¿Ni dónde estás ni nada…?
Vine ayer mismo a Alfinòs. Entiendo que muy lejos no puedo estar. –desvié mi mirada brevemente para sondear su expresión, pero ésta permanecía inexpugnable. – Fui a la casa de mi familia en Abad Aleixandre, me dormí y desperté por una fuerte explosión. –callé repentinamente. Se escuchaban urracas fuera de la estancia. – Fuisteis vosotras, ¿no?
Estamos en la Calcera dels Lliris. –dijo después de ponderar unos segundos su respuesta– Te encontramos en mitad de la montaña delirando. Bien, bien profunda en el bosque. ¿Realmente no recuerdas cómo llegaste a recorrer casi cuatro kilómetros monteatravés a medianoche?
Innumerables imágenes instantáneas del ángel botulínico cruzaron mi cerebro en ese momento, y no pude reprimir el escalofrío que atravesó mi espalda. Traté de no mirar a la mujer, y de repente noté como una manta impactaba en mi cara.
Si tienes frío, dilo. Que pongamos bombas en comisarías no significa que no seamos hospitalarias. –dijo con sorna. Sus ojos ahora parecían sondearme a mí y mi reacción.
¿Debería tener miedo? –pregunté medio en serio, medio desafiante. – ¿Vais a matarme por entrar en vuestro territorio?
Si quisiéramos, te habríamos pegado un tiro cuando te encontramos. Pero creo que no te puedes quejar de cómo te hemos tratado. –señaló con la mirada y las cejas el futón sobre el que estaba sentada. Mató el cigarro y metió la colilla en un saquito que llevaba colgando del pantalón. – Creo que es bastante legítimo que te haga unas cuantas preguntas. No creo que seas ningún agente doble, no suelen ser tan sofisticados, y desde luego no es la primera vez que alguien del Reino viene a vivir con nosotras; pero tienes que admitir que todo parece bastante sospechoso.
A mí me sorprende que haya sido la única que haya venido después de la que armasteis ayer. ¿O acaso os asegurasteis de que nadie llegase siquiera a la frontera?
No te pases de lista, cariño. –su expresión se torció tras la acusación. Empezó a mirarme muy fijamente – Nosotras no disparamos a civiles. Eso es cosa del Reino.
Lo siento, no sé por qué he dicho eso. –realmente me arrepentía de haber hecho la acusación. Todavía estaba confusa e irritable después de despertar. – Supongo que igualmente, no me podéis dejar ir así como así. –añadí con vacilación.
Ah, ¿que quieres volver? –había liado y prendido otro cigarrillo. Tenía su espalda completamente arqueada y apoyaba sus codos sobre las rodillas. – La gente que viene al Bosque no suele querer volver. Entiendo pues, que pobre pobre, no eres.
Recordé la casa de mis abuelos en el Carmen, el piso de Abad Aleixandre, sus respectivas viviendas. No, evidentemente pobre no soy. Mis razones por las que quería huir de todo no eran materiales: si le lamiese el culo a mi familia lo suficiente podría vivir del cuento toda mi vida. El debate era siempre qué clase de vida quería tener, si una cómoda o una con valores. O al menos eso pensaba mi cerebro de oveja negra de familia acomodada. Hacía tiempo que la mayoría de mis relaciones se habían enfriado, y parecía como si mis bucles ansiosos y terror al conflicto finalmente hubieran terminado de aislarme de todo el mundo que valía la pena. Era bastante triste mi situación, realmente. En los últimos años había continuado la tendencia que empecé en mi adolescencia de afrontar pasiva y cobardemente todas mis amistades y vínculos, hasta llegar a la soledad que yo misma me había autoimpuesto. Siempre noté como si ya hubiese nacido con la vida pasándome por encima, pero nunca me lo acababa de tomar en serio debido a mis facilidades económicas. En general creo que nunca me he tomado en serio, ni siquiera para tener ideales de verdad (aquellos que van más allá de lo que recitas borracha en un bar con tus amigas). ¿Realmente tenía razones para no quedarme?
De todas formas, ¿Qué podría hacer una niña mimada por vosotros? –pregunté con cierto sarcasmo.
Oh, más de lo que piensas. –sonrió con un aire siniestro– Nada más te encontramos, nos cargamos tu móvil. No hay manera de rastrearte ni contactarte. Tu familia debe haber visto ya las noticias de ayer, por lo que no les costará sumar dos y dos y saber que como mínimo te ha pasado algo. Lo siguiente ya es decidir tu valor.
O sea, que la preocupación no era más que interés, ¿no? Solo me queréis como rehén. –dije con desprecio.
¿Te crees que todo va sobre ti, amor? Esto no son tus infografías de Meta. Esto no es tu ciberactivismo derrotista de tres al cuarto. Aquí tenemos una guerra que ganar. –respondió con ferocidad– Además, ya te lo he dicho, todavía habrá que decidir tu valor.
¿A qué te refieres con decidir mi valor, pues?
Para empezar, no es lo mismo que seas hija de programadores que de un ejecutivo de Iberdrola. –tomó una pausa mientras le caló de nuevo al cigarro– Para continuar, el cómo decidas vivir aquí decidirá cómo será tu misma estancia. Si aprendes a arar, ararás; si aprendes a programar, programarás; si aprendes a matar, matarás. ¿Quieres ser la víctima de esta situación? Oh, ten por seguro que lo serás. Pero en la URIS siempre necesitamos ayuda, y aunque no pareces muy diestra, tampoco tienes pinta de ser agente doble.
Entonces, –respondí casi divertida– ¿vas a basarte en presentimientos simplemente po-?
No tengo todo el puto día, chica. ¿Quieres ser un rehén o quieres hacer algo de provecho? No es tan complicado.
Miré a mi amiguita Sera en mi regazo: se restregaba contra mi vientre perezosamente. Hice un repaso instantáneo de mis últimos diez años de vida. No, no había nada que rescatar salvo a mí misma. Miré tímidamente a los ojos de la mujer.
¿Cómo os puedo ayudar? –dije con la voz temblorosa.
Lo primero, deja de impostar esa mirada y esa voz, o al menos aprende a arrancarlas de ti. –respondió con desprecio en la voz, pero compasión en la mirada. – No te va a ayudar aquí ni en ningún sitio. Solo va a socavar tu espíritu aún más.
*****
La mujer abandonó la estancia poco después y me ordenó que esperase. Mientras curioseaba los productos químicos de las estanterías, notaba como mi cabeza poco a poco recuperaba facultades y podía procesar lo sucedido con más calma. Porque, desde luego, toda esta situación era alienígena cuanto menos. No sé en qué momento había decidido unirme a una guerrilla, pero de alguna manera bastante retorcida, mis fantasías de rescate y escapistas me habían sido concedidas. Pero incluso a pesar de la extrañeza inherente de todo, algo seguía sin cuadrarme. ¿Por qué iban a ofrecerme unirme sin conocer mis habilidades, ni mi valor como rehén, ni mi pasado ni historial? No me cabía en la cabeza que un grupo terrorista pudiese ser tan descabellado en su reclutamiento. Algo no encajaba.
Me acordé entonces de la bala que había recogido en el tren. Introduje mi mano en el bolsillo de mi pantalón y no estaba ahí. Probablemente se me cayese mientras corría, pensé. Observé que Sera me miraba sentada en la mesa del centro de la estancia, a lo que yo le devolví la mirada. Sus pupilas dilatadas me ayudaban a perderme en mis propios pensamientos y concentrarme en la situación que se me presentaba; aunque justamente la única conclusión a la que podía llegar es que no tenía mucho margen de decisión sobre mí misma. De verdad que soy tonta del culo, me dije con una risa para mis adentros. Toda mi vida igual, predicando un ideal de libertad radical y de vivir por y para mí misma lo cual solo me llevaba al exceso, la culpa y el aislamiento; y abocándome inevitablemente al oscuro deseo de ser controlada, de tener una autoridad a la que obedecer para tener una seguridad a la que agarrarme, y contra la que rebelarme humilde e inconsecuentemente como purga de mis frustraciones personales.
¿Miau? - profirió tímidamente Sera, casi con un tono de interrogación.
Miau, eso digo yo, bichín -le respondí mientras le rascaba el cuello.
La puerta del taller se volvió a abrir súbitamente y la mujer de pelo corto emergió de la oscuridad que la enmarcaba. Cerró la puerta tras de sí mientras yo recuperaba la compostura y fingía que no estaba hablando con la gata.
Varias cosas: me han asignado como tu supervisora, así que hasta que decidamos que nos puedes ser genuinamente útil, nos pasaremos el día juntas.
Hubo un intercambio de miradas furtivas. Yo me fijé en cómo su camiseta de tirantes blancos se le pegaba a su torso sudado y le resaltaba lo voluminoso de sus hombros y brazos. Noté cómo en esa misma milésima de segundo ella me acababa de revisar de arriba a abajo.
Okei - contesté secamente para ocultar la vergüenza de ser consciente del mutuo chequeo
Segundo -prosiguió dignamente tras carraspear-, hemos requisado tu portátil y ahora mismo está siendo inspeccionado. Espero que entiendas la necesidad de esto -se detuvo esperando una contestación y prosiguió al verme asentir- se te devolverá una vez hayamos comprobado que podemos confiártelo de vuelta, y que lejos de ser un peligro puedas aportarnos algo con él en tu poder. ¿Me he explicado bien?
Sí, señora -dije con una mueca que no pareció acabar de entender- Para ser honesta, pensaba que lo había olvidado en Alfinòs. -se hizo un silencio. La mujer no parecía muy expresiva.- ¿y ahora qué?- pregunté expectante.
Daremos un paseo. Creo que te vendrá bien tomar el aire. Por lo que hemos hablado, no pareces ser consciente de que llevas un día y medio durmiendo.
La verdad, no me extrañaba en absoluto. Mi sueño había sido tan pesado y carente de estímulos que bien podrían haber sido 3 minutos o 2 meses. La mujer abrió la puerta del lateral y la luz del mediodía invadió inmediatamente la estancia. Tuve que taparme los ojos durante varios segundos antes de poner un pie fuera. Salí de la estancia con la mano pegada a la frente, y poco a poco, el acre blanco del deslumbre fue matizándose en tonos más amables de hueso, roto y amarillo palo. Parecía estar en el patio interior de una antigua hacienda familiar. La edificación era más bien chaparra, con zonas que variaban desde la altura única hasta la doble o triple altura. Todas las paredes estaban pintadas de un blanco calcáreo carcomido por los siglos, y el suelo era del mismo gris del cemento que lo conformaba. Era básico, tosco; pero en cierta manera reconfortante en su sobriedad. El sol regentaba el cielo pálidamente y conseguía, a pesar del dentellante frío del aire invernal, calentar los huesos de una. Me fijé en las zonas más altas de la hacienda, las cuales lucían un ocre añejo; presumiblemente un igualmente blanco calcáreo antaño, pero que el sol mediterráneo y los intransigentes años habían curtido en su morena neutralidad. El único elemento que rompía esta paleta tan neutra era el naranja oscuro de las tejas que se amontonaban sobre las partes más altas. Los ventanales, de maderas carcomidas por liquen y la sequedad inherente de todo lo viejo, ocultaban figuras borrosas de personas que espiaban el patio, quizás informadas de mi presencia. Un paso torpe y agolpado se empezó a oír del lado opuesto del patio en el que estábamos, y dirigimos la mirada al portón de madera que guardaba el patio. La mujer adelantó tímidamente un par de pasos como anticipándose a la inminente llegada del dueño de los pasos, pero se detuvo durante unos segundos de confusión al ver a une chiquille no más alte que mi cadera.
Holaaa Seduuuum! -exclamó le niñe al ver a la mujer.- He vingut a per la moto! Saps aon està?
Segundos después apareció una persona como persiguiendo a la criatura.
Lens, t’he dit mil vegaes que no pots escapar-te quan et doni la santa gana. -agarró a le niñe de la muñeca y empezó a arrastrarle de nuevo hacia afuera- Ho sent, Sedum, ja saps que és impossible tindre el matí tranquil amb aquestos mocosos.
No patisques, dona. -dijo con una sonrisa divertida.- Espera i et doni la moto encà que siga.
Sedum se acercó a una persiana metálica y polvorienta que había a la derecha y la levantó para revelar un trastero lleno de antiguos aperos agrícolas. Se oyeron estruendos metálicos y trasteo general. La persona me examinaba como buscando la prueba del delito en mi mirada, y le chiquille se escondía detrás de elle mientras me miraba tímidamente. Sedum emergió de nuevo al patio con una pequeña moto de plástico y se la entregaba directamente a le pequeñe. Vio entonces la mujer que Lens no me apartaba la mirada y le susurró algo que evidentemente no oí. Le miró con una expresión insondable y empezó elle solite a tirar de la moto sin montarse en ella con una mano y de la otra persona con la otra.
Sedum se giró a mí mientras les otres dos abandonaban el patio. Mostraba una sonrisa genuina al fin, la cual me relajó un poco. Nos quedamos un instante paralizadas en ese extraño momento en medio del patio. Yo absorbía toda la información que me brindaba ese espacio: cada ventanuco, cada desconchado de pintura, cada tímida lagartija que se escondía de vuelta en su grieta. Mi cuerpo parecía aceptar ese lugar como futura casa, quizás hogar. Mi mente por el contrario seguía viciada en la anticipación ansiosa.
No sabía que tendríais chiquilles por aquí. -Sera apareció junto a mi pierna- No parece un lugar especialmente seguro para elles.
Sedum empezó a bajar la persiana metálica de nuevo.
Bueno, son casi dos décadas lo que llevamos aquí; en determinado momento la gente empieza a esperanzarse por el futuro. -dijo con una extraña expresión que tampoco supe descifrar. Se apoyó en la pared contigua, a lo que le imité.- Además, hace años que los meseteros no se adentran en el Bosque. Estas criaturas están más a salvo aquí que en esas perreras a las que llamáis ciudades.
Reparó en sus palabras, anticipándose a una posible molestia por mi parte.
Lo siento, no sé si me pasé. -dijo con cierta preocupación en sus ojos que se me antojó mona.
No te preocupes, pienso lo mismo. A pesar de nunca haber pasado hambre, siempre me he sentido atrapada en la ciudad. -silencio. Aproveché para agacharme y darle unas caricias en la barbilla a Sera- Os llevastéis la parte buena de España , ¿eh? -dije para aliviar la tensión.
Sí. -dijo con expresión sombría y calló. Sacó su tabaquera y empezó a liar otro piti.- Me puedo hacer una idea, pero dime. ¿Qué os cuentan sobre nosotres en el Reino?
Era la primera pregunta que me hacía, lo cual me dejó un poco descolocada. Pensé mi respuesta durante unos segundos mientras ella lamía lentamente el pegamento del papel con la mirada suavemente colocada sobre mí.
Al principio hablaban de vosotres como rojos resentidos. No os dejaron saliros con la vuestra así que hicistéis una pataleta. Pasaron los años y os convertistéis en el comunismo asesino que acecha en cada esquina para matarte a ti y a tu familia. Ahora que la situación es más estable y que cada año la calidad de vida cae más y más, dicen que aquí estáis peor, que os alimentáis de bayas y gusanos.
Sedum soltó una gran carcajada. Ésta tenía un matiz airado.
Osea que ahora que sus viejas chanchulladas empiezan a matar de hambre a más gente que a les de siempre, os tienen que comer la cabeza con que aquí vivimos en el Paleolítico. Y pensar que alguna vez fueron un imperio.
Esta vez la carcajada fue mía, y pareció pillarle desprevenida porque me miró sorprendida y volvió a reír conmigo. Prendió el cigarro y se despegó de la pared. Se espolsó la espalda ligeramente manchada del polvoriento blanco de la pared y me miró de nuevo, esta vez con una expresión más amable.
¿Te parece si damos ese paseo? No hace falta que sea una maratón, pero me preocupa que te gangrenes de estar todo el día en el futón ese.
¡Claro! Sigo notando el cuerpo bastante entumecido, pero un pequeño voltio puede estar bien. -señalé con una mirada burlona su cigarro- Oye, ¿eso a qué sabe?
A mierda, sinceramente -me respondió con media sonrisa mientras me lo alcanzaba.- Mone pues.
Le di un par de caladas y puse una mueca de desagrado, a lo que Sedum se encogió de hombros en señal de te lo dije, y tras devolverle el cigarro, comenzamos a caminar. Sera nos siguió, pero en cuanto la mujer reparó en su presencia se detuvo.
La criatura debe quedarse aquí. Las gatas montesas son muy territoriales, y pronto les empezará el celo a los machos.
Mi amiguita pareció entender la conversación, y tras deshacer el camino que habíamos hecho, se estiró al sol frente a la persiana. Dimos la vuelta de nuevo y cruzamos el patio. Nos acercamos al portón de madera que Lens y la otra persona habían cruzado antes. Parecía haber sido restaurado varias veces, porque la madera parecía vieja pero aún así lucía un color profundo y un brillo intenso. Las empuñaduras, cerrojos y decoraciones varias estaban hechas de algún metal indefinido de color gris oscuro. Toqué por curiosidad la puerta y era placenteramente rugosa, como si las vetas de madera apenas se mantuviesen unidas por nada más que plegarias. En los huecos que se formaban entre las vetas levantadas, se apreciaba una compleja red de telas de araña, lo cual despertó en mí la fugaz ensoñación de una discreta sociedad de viudas negras guardianas, que dedican sus pequeñitas vidas a mantener en pie el portón con sus telas y picar a los que pretenden allanar el patio.
Al dejar atrás el portón pasamos a un pequeño porche también de cemento, desde el que se divisaba toda la Calcera dels Lliris: los vastos bancales de blancos almendros y blancos olivos, alzándose por encima de entre las blancas tierras. Allá a donde dirigía mi mirada, veía la fuerza de las personas desparramarse sobre la dura piel mediterránea: tres mujeres con largos vestidos reconstruyendo la pedraseca de los muros, un hombre de piel tan gruesa y ruda como los olivos que alcorcaba sin descanso, cinco o seis adolescentes que paseaban por una huerta en busca de los frutos que fecundaron sus sudores contra el suelo… El aire era fresco y levantaba levemente las mangas de mi camisa, infiltrándose abajo en mi cuerpo, y atravesando y transverberando mi respirar. Si no hubiese sido por esa rasca, definitivamente me habría disuelto entre las piedras de blanco y copas de pardo de aquella orgía de vapores armónicos.
Sedum me puso la mano el hombro para desenbrujarme de aquella visión que no acababa de creer real. Me giré a dar con su mirada, y la encontré cargada de comprensión.
Tendrás tiempo de admirarlo con tus propias manos. -dijo con una amplia sonrisa y un asomo de cariño en su voz.- Vamos a darle una vuelta a la masía aunque sea.
Empezamos a andar despacio, conforme mi paso débil me permitía. Caminamos a través de las veredas de alrededor de los muros del caserón en silencio durante unos minutos. Subimos unas escaleras de piedra algo destartaladas y accedimos a un amplio llano donde se alzaban dos parejas de postes rectangulares, intuí que para que les chiquilles jugasen a fútbol. Desde aquella altura, la vista alcanzaba a atravesar la espesura del bosque de fondo, y se podía entrever en la falda del monte, Alfinòs dels Voltors en todo su esplendor y decadencia. Nunca había visto la ciudad desde este ángulo. Era como si pudiese espiar las vidas de mis antiguos vecinos. Aparté la mirada porque este último pensamiento me llenó de tristeza.
Al borde del llano, una gigantesca higuera regentaba la pedraseca desde las alturas. Pensé en lo preciosa que debía lucir cuando le creciesen las hojas en primavera. Sedum pareció leer mis pensamientos y nos dirigió a sentarnos junto a la higuera. De su riñonera sacó un saquito de tela lleno de almendras garrapiñadas y tomó un par. Me ofreció con un gesto y después de verme coger casi media bolsa de un grapado, me señaló con la cabeza que me las acabase todas. No me había dado cuenta del hambre que tenía.
Hmmm etán bueníhima -dije con la boca aún llena. Tragué con dificultad.- Uf, en serio, son increíbles. Me recuerdan a las peladillas que comía de pequeña en Alfinòs. ¿Las hacéis vosotres?
Por supuesto. Solemos hacerlas cuando empieza diciembre.
Me quedé pensando un momento mientras masticaba más garrapiñadas.
¿Cuánto tiempo lleváis aquí?- pregunté con la mirada clavada en Alfinòs.
Oh, pensaba que lo sabrías. No creo entonces, que comieses muchas peladillas aquí hasta muy mayor, entiendo.
Sí, osea -dirigí mi mirada de nuevo a Sedum.-, mis padres y yo nos mudamos a València después del primer alzamiento en la ciudad. Pero nunca les he preguntado por el tema porque es un poco tabú en mi familia. -reí para mis adentros- Bueno, todo tema serio es tabú en mi familia.
Ese primer alzamiento fracasó, como prácticamente todos en el Estado -dijo mi acompañante inexpresivamente-. Más que alzamientos, fueron protestas que escalaron muy rápidamente. En Barcelona y Bilbo les pilló más desprevenidos; pero para cuando se convocaron en Alfinòs, ya estaban más que preparados -quedó un momento en silencio con la mirada perdida en las montañas del otro lado-. Murió mucha gente. En todo el Estado, ¿no?, pero aquí fue especialmente sangriento.
Hice memoria de aquellos días. Mis padres como locos embutiendo cosas en maletas, dejando un reguero de ropa interior y souvenirs acumulados mientras se agitaban de un lado al otro de la casa. Los vecinos de abajo imitando cada movimiento que hacían mis padres en su propia burbuja de desquicie. El traqueteo de la maleta contra los escalones de la finca y los adoquines de la calle. La marabunta de gente agolpándose en las puertas de la Estación.
Sí, nunca me olvidaré de los ecos de cánticos y disparos desde la Estación.
Cánticos y disparos, sí. Así solían ser las protestas antes. Cánticos contra disparos. Ahora nos hemos vuelto más sofisticadas con nuestras armas -añadió con sorna-.
¿A ti te pilló aquí? -pregunté tras un breve silencio.
Oh, desde luego. Ese día fui al colegio, y todo fue normal hasta los primeros disparos. El profesor de mates se puso nervioso pero trató de seguir la lección como si nada. Los tiros y los gritos y el escándalo siguió durante toda la hora, y todo el día. En determinado momento nos bajaron al salón de actos, y a la media hora empezaron a aparecer padres a llevarse a sus críos. Mis padres no vinieron. Me quedé hasta bien tarde en el colegio, hasta que apareció mi abuela. Mi padre murió ese día en las protestas, y a mi madre la llevaron al calabozo. Ella tuvo la suerte de salir pronto, algunes siguen encerrades Dios sabe dónde.
Lo siento mucho, debió ser muy confuso y terrorífico para una niña tan pequeña asimilar tanto -dije con genuino pesar en la voz.
No recuerdo mucho esa semana, -cortó rápidamente ella- porque en cuanto mi madre salió de la comisaría ya se había hecho el llamado al monte. Ella y unas amigas suyas me recogieron de casa de mi abuela y me trajeron aquí. A partir de ahí, no hubo mucho tiempo para pensar, siempre había, y siempre hay cosas que hacer. -volvió a mirarme, encontrando mi expresión extrañada.- Siento contarte todas estas cosas tan duras de repente.
Nada, tranquila, a mí me encanta traumadumpear. -ambas soltamos una gran carcajada.- No, pero, en serio, me alegro de que te sientas a gusto como para comentarme todo esto.
Tranquila, está más que superado.
Se hizo un largo silencio. Yo me perdía en mis sentimientos de extrañeza respecto a toda esta situación tan absurda. ¿Qué hacía yo compartiendo traumas de infancia con la que hasta hace una hora era mi captora? Y en serio, ¿cómo coño había recorrido desde Alfinòs hasta aquí monte a través?
¿Quieres seguir caminando un poco más?
Asentí con la cabeza y nos levantamos con cuidado para no clavarnos las ramas más bajas de la higuera. Atravesamos el llano y pasamos por delante de un depósito de leña, de donde unas mujeres estaban recogiendo grandes troncos y tocones y cargándoselos a la espalda con sacos. Al alzar la vista, una de las mujeres saludó con la mano a Sedum, a lo que ella le devolvió el gesto. Llegamos a una pequeña era regentada por el armazón muerto de un antiguo olmo y una carrasca colosal, probablemente la más grande que había visto nunca. Quise detenerme a admirar ambos monumentos, pero Sedum me hizo un gesto para que siguiéramos caminando. Una veintena de chiquilles de entre unos 5 y 12 años escuchaban a varias personas aparentemente dándoles una clase sobre algo que en ese momento no alcancé a escuchar. Les profesores, entre elles la persona que antes había irrumpido en el patio con Lens, nos siguieron con la mirada, y entendí que no era el sitio ideal para pararme a contemplar. Al doblar la esquina, accedimos al lado de la masía del que habíamos salido. Nos dirigimos a una zona con mesitas y sillas debajo de unos grandes piñoneros y detrás de una baranda de madera desde la que también se veían las selvas de cultivos, durillos y encinas. Para cuando quise darme cuenta, Sedum se había sentado en un pequeño columpio que colgaba de la rama más gruesa de uno de los piñoneros. De su lado pendía un columpio gemelo, en el cual me senté yo.
¿Y cómo se vivieron esos primeros años en València? -preguntó tímidamente mientras se balanceaba con una tierna e infantil timidez.
Recuerdo mucha policía y militares por todos lados. En todas las plazas había agentes armados, en todas las avenidas había patrullas, o paradas o circulando o ambas. Para cuando nos establecimos, las grandes protestas ya habían sido sofocadas, pero los comandos de los alrededores no tardaron en hacer incursiones…
Los comandos nunca hicieron incursiones esos primeros años. -cortó repentinamente Sedum.- Esa era la excusa que daban después de tratar de masacrarnos.
Oh, bueno, -recibí con extrañeza. Para mí no había gran diferencia, pero a ella parecía importarle.- eso tiene sentido. El caso es que la huerta de Alboraia cayó casi inmediatamente después de su formación.
Pensaba que las huertas de Alboraia siempre fueron del Reino.
Creo que no, bueno, al menos eso he oído. Mis padres y yo vivíamos en el centro, por lo que la mayoría de cosas que pasaban, solo las veíamos por las noticias. En San Marcelino y La Torre la historia era bastante diferente. Varias amigas vivían allí, y me contaron que hubo muchas protestas vecinales, porque al ser de los últimos barrios al sur antes de l’Albufera, había una barbaridad de despliegue militar siempre.
Entiendo que cuando pasó lo de l’Albufera…
Sí, la pagaron bien caro. -le interrumpí, no quería oír hablar otra vez sobre l’Albufera- Aprovecharon la conmoción nacional para hacer caza de brujas y callar las protestas.
Ajá. -quedó en silencio unos segundos, mientras intuía cómo se ensamblaba la respuesta en su cabeza- Esa es la diferencia entre la lucha por el control y por la libertad. Nosotras no necesitamos una excusa para hacer lo que hacemos. Apuesto a que estaban deseando barrer esos barrios desde mucho antes que todo eso.
Bueno, todas hemos visto atrocidades cometidas en el nombre de la libertad. -espeté mientras clavaba mi mirada sobre la suya. Me relajé de nuevo y proseguí con una extraña melancolía- Creo que nadie en este siglo sabe ya lo que significa la libertad. Yo no soy una excepción.
No voy a pretender saber la respuesta a una pregunta que como humanas llevamos preguntándonos desde que surgió la civilización. -contestó con mi misma melancolía.- Pero al menos aquí tratamos de dar una alternativa a lo que tan obviamente no lo es. Yo misma me siento atada a esta lucha por la libertad de otras. Supongo que a veces la libertad es escoger por quién quieres desvivirte.
Se hizo un silencio, y me giré para mirar a Sedum. Dirigía su angustiosa mirada detrás suya, buscando la imagen de les niñes que ahora montaban un escándalo y parecían jugar. Se escuchó a une chiquille gritar senyoooo està fent trampes això no se val, dis-li que no pot fer trampeees; ante lo cual ambas soltamos un pequeño suspiro humoroso.
¿Crees que los de Doñana pensaron que llegarían a conseguir todo esto?
Ni de coña. Elles solo trataban de impedir la instalación del polígono de SaintSion. -contestó ella. Al ver mi expresión de extrañeza, continuó.- SaintSion, la multinacional agrícola. La Junta de Andalucía llevaba años asfixiando Doñana, y la gota que colmó el vaso fue venderle los últimos charcos del humedal a esas alimañas manufactureras de veneno. Ya no estaban dispuestes a que siguiesen cargándose el Parque, pero fue algo improvisado; no creo que esperasen que la URIS pudiese llegar a existir.
Ya, es bastante loco. Then again, también bombardearon un Parque Nacional y arrestaron a la veintena de supervivientes. -apunté haciendo notar lo que sabía- Si hacía falta una señal para actuar radicalmente, era sin duda esa. Por otra parte, no sé si el gobierno esperaba que contestasen pacíficamente a eso.
Lo que esperaban era silencio y duelo. Pero por primera vez en mucho tiempo, transmutaron, transmutamos, el duelo en lucha. Ya no solo resistencia; lucha. Los represaliados se convirtieron en Mártires. Y los Mártires no inspiraron lástima; sino lo que debían inspirar, orgullo.
Yo creo que esperaban venganza; que atacasen comisarías, sedes gubernamentales, complejos militares… Creo que la mayor genialidad de la URIS fue utilizar las protestas de después como señuelo mientras organizaban el Éxodo. -compartí con entusiasmo.- Le dieron al Estado lo que esperaban, lo de siempre, lo que nunca funciona; mientras detrás del telón preparaban el verdadero Primer Acto.
La mayor genialidad de la URIS y lo que nos ha mantenido con vida hasta hoy, fue el asalto de los embalses y pantanos de todo el Estado. -contestó Sedum sin mirarme.
¿Cómo? ¿Los embalses están controlados por los comandos?
Por supuesto, la gran mayoría de ellos. -dijo mientras se giraba hacia mí. ¿Por qué crees que el Reino no ha vuelto a borrar del mapa ningún otro Parque Natural ni Nacional?
Pensaba que era por las sanciones de la UE. -balbuceé extrañada.
Claro, eso también influye. Si no hubiese sido por el Multazo del 30, no creo que la URIS se hubiese podido establecer con tanta facilidad ni fuerza en la década pasada. Pero desde que tomamos los pantanos, lo que podría haber sido una carnicería a nivel nacional, se convirtió en un juego de ajedrez.
¿En qué sentido?
Corazón, controlamos el 85% del agua del Estado. Por mucho que conserven zonas de cultivo, somos nosotras quienes decidimos si esos cultivos crecerán o no. -añadió con orgullo.- Ellos tendrán un entramado militar más desarrollado, pero de poco les sirve si decidimos reventar una presa e inundar una ciudad, o cortarles el grifo y matarles de hambre.
Me quedé unos segundos en silencio mientras notaba la mirada inexpresiva de Sedum buscándome.
Osea, que lo que decían en el Reino de que las hambrunas son vuestra culpa es cierto. -dije mientras se desplegaba en mí una gran furia.- Vosotres sois quienes causáis las sequías y la esca…
No es nuestra culpa que vuestro estado no sepa gestionar los recursos de manera equitativa. -cortó secamente.- Las hambrunas han existido toda la historia, se supone que es la responsabilidad de los poderes minimizar la desgracia. Si están más interesados…
Las hambrunas han existido toda la historia por culpa de sequías, plagas o desastres, ¡no como estrategia de guerra! -grité desesperada.
Oh, pero sí que ha existido como estrategia de guerra. -contestó con un tono casi incrédulo.- No es la más ética, pero ¿qué es la nobleza en la guerra? El Reino sigue teniendo amplio acceso a comercio internacional, pero si ha tomado mala decisión tras mala decisión en su política interior, economía y gestión de recursos no es nuestro asunto, te repito. ¿Y qué se supone que debemos hacer? ¿Esperar a que nos bombardeen? Los civiles no tenéis la culpa, pero en la Unión tomamos la decisión de dejar de ser víctimas.
Y convertiros en opresores. -dije con desprecio.
Mira a tu alrededor, joder. -saltó Sedum con los ojos clavados en los míos.- ¿Esto te parece opresión? Te podríamos haber metido un tiro nada más encontrarte para no correr riesgos, pero aquí estás, hablando con tu secuestradora. -comenzó a gesticular agresivamente.- La secuestradora que te ha dado una cama, que te ha dado de comer, y que te ha dado una oportunidad de ayudar a tu pueblo. Pero tú estás más interesada en el activismo simbólico de siempre, ¿verdad? Seguro que te sentías muy valiente compartiendo publicaciones de injusticias y opresión en tus redes. ¿Creías que con un GoFundMe los reyes magos te traerían la paz en el mundo? ¿O que si reuníamos cuatro putos millones de firmas el estado español iba de repente a convertirse en una utopía socialista? ¿Siquiera de qué coño te quejas, si no has pasado ni un solo día de hambre?
Se hizo un gran silencio. Yo miraba a mis pies, incapaz de devolverle la mirada a Sedum. Sabía que tenía razón, pero me era complicado relativizar la desgracia que de alguna u otra manera habían causado a tanta gente.
Y dime, ¿por qué no me matastéis? ¿Por qué os tomaríais la molestia de dejarme ver todo esto? ¿Por qué confiar en mí? -pregunté con una gran tristeza latiendo en mi pecho.
Ya te lo he dicho. -suavizó su tono.- Porque queremos ganar esta guerra. Y aunque fueses un agente doble, que no serías la primera ni la última, simplemente es un riesgo con el que debemos contar. No podemos rechazar un par de manos; un par de manos que pueden sostener una azada, un fusil, une niñe. Si queremos cambiar las cosas, no podemos permitirnos hacerlo como siempre se ha hecho.
Una brisa de aire nos atravesó de pronto el semblante. El soplo trajo consigo el tintineo de un par de campanillas desde la era. Sedum rebuscó en su riñonera y sacó una campanilla de ella, la cual hizo sonar igualmente. Segundos después, los ecos de decenas de campanillas empezaron a armonizar y danzar en el aire unas con otras. Pronto, el monte entero se convirtió en un concierto de tintineos arrastrados desde la lejanía, y tras unos segundos de silencio sepulcral, cientos de personas comenzaron a surgir de los campos, de las huertas, de entre la espesura de los árboles, algunos incluso parecían surgir de debajo de la tierra; y con paso firme dirigidos hasta el caserón. La gente pasaba por delante nuestra con el cuerpo pesado y en la gran mayoría, con el semblante sucio y perlado de sudor. Todes, sin embargo, venían con una expresión resuelta y satisfecha, impacientes por la hora de comer, hablando entre cuadrillas de trabajo animosamente y compartiendo risas o historias a medio contar.
Mira, -guardó la campanilla de nuevo en su riñonera.- ningún ejército de liberación tiene las manos limpias; y prácticamente ningune de les que estamos aquí somos una excepción. Pero estamos creando algo nuevo, algo bonito; algo por lo que merece la pena luchar. No te pido que mates a nadie, solo te pido que confíes en que vivir puede ser mucho más de lo que hasta ahora habías estado haciendo en València. Has vivido allí, sabes que ese lugar, todo el Reino; no tiene futuro sino en la opresión y en la perpetuación de la desgracia y sumisión popular. Lo malo conocido no es menos inaceptable solo por ser conocido.
Miré las expresiones de la gente que discorría delante nuestra. Una colosal Victoria parecía inundar sus miradas, una satisfacción que jamás había visto en la ciudad. La idea de revolución no me entusiasmaba especialmente, y el concepto de justicia apenas tenía significado ya para mí; pero no cabía ninguna duda de que esa gente era genuinamente feliz. Puede que valiese la pena vivir en este lugar. Crucé mis ojos con los de Sedum, que parecía esperar una respuesta.
¿Qué hay de comer? -pregunté con una leve sonrisa y mirada desafiante.
Sedum mostró una gran sonrisa, casi iluminándosele la cara.
Bayas y gusanos.
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